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El pasado 6 de julio, finalizaba el periodo oficial de luto por la muerte de su padre, el Pr�ncipe Rainiero

 

Alberto II accede oficialmente al trono del Principado de M�naco

 - Las ceremonias, sin boato y de marcado car�cter familiar y popular, dejan en desuso el antiguo protocolo oficial monegasco

 

 [13 de julio de 2005]

 

Alberto saluda a su llegada a la catedral, acompanado por sus hermanas, las princesas Carolina y Estefan�aTres meses despu�s del fallecimiento de Rainiero III de M�naco, su familia abandonaba el pasado 6 de julio el luto oficial impuesto por las leyes monegascas. Y este martes, 12 de julio, su �nico hijo se ha convertido en el trig�simo primer miembro de la dinast�a que accede al trono del Principado: Alberto II. 

Los actos oficiales de ayer entronizaron oficialmente al pr�ncipe, si bien, �ste ejerc�a funciones de monarca desde antes incluso del fallecimiento de su progenitor (gestion� el ingreso de M�naco en la ONU, en el Consejo de Europa, etc.). 

El Pr�ncipe Alberto deseaba para el d�a de su advenimiento, una "comuni�n con los monegascos" y as� ha sido. Las ceremonias de su 'coronaci�n' han gozado de un car�cter conservador, pero con un toque popular, muy alejado del antiguo protocolo oficial monegasco.  

Acompanado de sus hermanas, las princesas Carolina y Estefan�a -que le segu�an unos pasos por detr�s- y vestido de traje oscuro, llegaba Alberto a la catedral de la Inmaculada Concepci�n. El templo y la ciudad se engalanaron para la ocasi�n con flores, banderas monegascas y la ensena del nuevo soberano, una doble 'A' entrelazada y coronada.  

La misa solemne, oficiada por el arzobispo de M�naco, Monsenor Bernard Barsi, cont� con la presencia de todos los representantes del Estado adem�s de 800 monegascos que fueron invitados a la ceremonia religiosa. 

El nuevo monarca recibe, con gesto grave, la tradicional bendici�n cat�licaDado que el catolicismo es la religi�n oficial del principado, el nuevo monarca debe ser bendecido por el arzobispo. Para ello, y con gesto grave, Alberto se arrodill� ante Monsenor Barsi que se consagr� diciendo: "Dios, a quien todo hombre debe obediencia, ayuda al Pr�ncipe Alberto II, que has puesto a la cabeza de nuestro pa�s, a cumplir su misi�n en el respeto de tu ley; que trabaje en tu obra en este mundo y puede garantizar al pueblo que le has encomendado la libertad y la paz". El oficio religioso, al que sigui� un Te deum, tuvo una duraci�n de 75 minutos. 

A pie, sali� la familia Grimaldi de la catedral, para dirigirse a palacio donde tendr�a lugar, por la tarde, la recepci�n oficial -reservada a los monegascos, sin otros miembros de la realeza extranjera ni gobernantes de otros pa�ses-. As�, arropado por sus cong�neres, Alberto protagoniz� su primera aparici�n -y alocuci�n- p�blica. Como es tradici�n, el presidente del Consejo Nacional, St�phane Val�ri y el alcalde de M�naco felicitaron al nuevo monarca e le hicieron entrega de las lleves de la ciudad y de un regalo, adquirido mediante suscripci�n popular: un bronce y una pintura de Georges Braque. Esta recepci�n concluy� con el primer discurso del soberano en el que sorprendi� por la determinaci�n y tranquilidad de sus palabras. Los Grimaldi, en pleno, presidieron el concierto que se celebr� en los jardines del palacioTras los discursos, los miembros de la Familia Real se mezclaron con sus s�bditos. 

Despu�s, para completar los festejos de la entronizaci�n, Alberto ofreci� un concierto de m�sica cl�sica en los jardines de palacio. Sin embargo, las novedades en materia de formalidad protocolaria no acabar�an ah�, el baile popular en el puerto -al que se invit� a todo el Estado y que abrieron el nuevo soberano y sus hermanas- inaugur� una nueva era en lo que a ceremonial se refiere y dej� 'enterrado' el antiguo protocolo.

 

 

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