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Reflexiones sobre la teor�a del discurso

- Por Fernando Ramos. Profesor de imagen corporativa. Universidad de Vigo

 

 [enero de 2009]

 

En los actos p�blicos, el discurso, la oraci�n, el relato, la pl�tica, la laudatio, el uso de la palabra en cualquiera de sus variantes y formas, constituye un elemento esencial en la b�squeda del resultado final. Determinados eventos protocolarios tienen en el discurso mismo su raz�n de ser: el ingreso en una Real o Nacional Academia, la lecci�n magistral en los actos universitarios, el discurso persuasivo en las investiduras parlamentarias, la alabanza o laudatio, en homenajes o nombramientos honorarios, polarizan alrededor de s� el resto del evento.

No siempre, fuera de los actos acad�micos en general, se presta la atenci�n y el cuidado que exige la buena construcci�n de un discurso. El empobrecimiento de la vida parlamentaria, donde ya no brillan ingenio o talento como antano, es uno de tantos reflejos de la p�rdida de la calidad de que siempre goz� la palabra como herramienta del entendimiento humano.

Lo primero que se precisa para construir un discurso es un motivo, o mejor, una necesidad, una justificaci�n una raz�n de ser. Hay que tener algo que decir a alguien. En este sentido, los cl�sicos nos siguen ofreciendo un inmenso caudal de ejemplos. Lo inventaron todo y nadie les ha superado. Pero construir en nuestros d�as un discurso cl�sico, salvo para un acad�mico, es complejo y no siempre enteramente rentable. Por ello, se suele recurrir a otros dos modelos m�s sencillos pero enormemente eficaces: a) el modelo judicial (moderno) y b) el modelo teatral. Cada uno de ellos reproduce, en su caso, los tres tiempos del proceso p�blico o del drama italiano (informe, pruebas, conclusiones o representaci�n, nudo y desenlace).

Los cl�sicos llamaron a la ret�rica el ars bene dicendi, el arte del bien decir. Entend�an que construir un discurso era seguir escrupulosamente una serie de secuencias que llamaron Inventio, Dispositio, Elocutio, Memoria y Actio. Lo inventaron los griegos, lo perfeccionaron los romanos y lo sintetiz� Quintiliano en su Summa.

Inventio establece los contenidos del discurso. Dispositio consiste en ordenarlos adecuadamente. Elocutio es exponerlos de una manera detallada con correcci�n, con adornos o licencias y haci�ndose comprender. Los registros elocutivos tienen tres escalas: genus humildes, genus medium y genus sublime, seg�n el orador pretenda ensenar, deleitar o conmover. En cada fase, se recurrir� en mayor o menor medida al uso de figuras ret�ricas. Memoria: Cre�an los cl�sicos que, una vez elaborado el discurso, el orador deb�a memorizarlo. Propon�an aprender a fabricarse una memoria artificial, sirvi�ndose de dos cursos: los loci y las imagines. Los primeros son espacios f�sicos, conocidos por el orador, donde se almacenan (como en las habitaciones de una casa) en series de cinco las imagines. �stas son representaciones mentales de lo que se quiere recordar. Hoy en d�a constituyen el recurso de la mnemot�cnia, al que todos recurrimos alguna vez.

Actio o pronuntatio es la puesta en escena finalmente del discurso. El orador se enfrenta al auditorio. Los cl�sicos llegaron a valorar mucho a los especialistas, capaces de conmover con los recursos de su voz a quienes llamaron phonasti. Arist�teles, en su tercer libro sobre la Ret�rica subraya la importancia ordenar adecuadamente la exposici�n con relaci�n a la b�squeda de los elementos de apoyo (h�uresis) que habr� de completarse con la t�cnica en el modo de exponer y gesticular, es decir, apoy�ndose en valores f�nicos, m�micos y gestuales. Ello le llevar� a definir como valores de la elocuci�n: la claridad, la adecuaci�n (la expresi�n adecuada en cada caso), la naturalidad y la correcci�n.

A Kant le preocupaba especialmente la adecuaci�n del discurso a la naturaleza del auditorio. La forma de los discursos, la argumentaci�n, deben considerar siempre este factor. Lo primero que ha de hacer el orador es hacerse con el auditorio, caerle simp�tico. Ser amable (benevolum), atento y cordial (attentum) y flexible, nada dogm�tico no impositivo de entrada (docile). La doctrina cl�sica ensenaba infinidad de recursos para atraerse la atenci�n del auditorio, truco en el que no tuvieron rival los grandes oradores forenses romanos.

En todo discurso, el remate es una de las joyas de la corona ret�rica. Saber terminar bien no es f�cil. Lo ideal es que parezca corto, que termine a tiempo, que deje en el auditorio el deseo de un poco m�s. Es el punto donde frecuentemente brilla la inteligencia, la originalidad y el talento del orador.

Conviene recordar que un 70% de toda comunicaci�n oral est� cifrado no verbalmente, y apenas el 30% restante es discurso verbal, y que, adem�s, �ste no es siempre confiable porque resulta f�cilmente manipulable, en tanto que el discurso no verbal suele ser, por su origen inconsciente, mucho m�s aut�ntico, en cuanto que se genera de manera espont�nea y no calculada, como reacci�n natural la mayor�a de las veces.

Un buen orador no solamente habla, sino que toma en cada momento la temperatura a su auditorio. Mediante los recursos conocidos debe mantener atenci�n y ritmo en su intervenci�n. Pero si advierte fatiga en sus oyentes, debe concluir cuanto antes. Nunca debe apretar o correr. Es desastroso. Algunas pausas breves, reducir el tono del discurso, dosificar an�cdotas y sucedidos, pero sin pedanter�a, ayudan a mantener la atenci�n y la adhesi�n del p�blico.

(FERNANDO RAMOS)

 

 

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